Por Marco Baldera
Santo Domingo, RD.- Hay gente que debe estar presa, otra que lo estará; así como algunas viven cautivas en las ergástulas de sus desmedidas ambiciones, iras y pasiones.
Sobre la cárcel se ha escrito mucho, desde la cárcel mucho más; en éstas se han tejido muchas historias. En ellas, muchos han muerto, otros han cobrado vida.
Uno de los poemas más famosos escritos en la cárcel, es el de Ismael Cerna, En la cárcel, que inicia con los siguientes versos:
“¿Y qué? Ya ves que ni moverme puedo
y aún puedo desafiar tu orgullo vano.
¡A mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!”
Otro muy famoso es Invictus, de William Ernest Henley, que ha inspirado a grandes como el presidente Theodore Roosevelt, y al mismo Nelson R. Mandela, cuya sufrida prisión se dilató 27 años; Invictus es un canto a la libertad y a la resistencia humana que culmina de esta manera:
“…Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino ni cuantos castigos lleve a mi espalda: soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.
Para grandes hombres la prisión ha sido un espacio de purificación; en el caso Mandela, cobró tanta fuerza encerrado que salió desde la cárcel hacia el Palacio; el caso del apóstol Pablo, singular y muy aleccionador, aprovechó su tiempo en la cárcel escribiendo sus famosas epístolas o cartas a los Filipenses, a los Colosenses, a los Efesios y la breve carta a Felimón; uno de sus más famosos comentarios en la carta a los Filipenses es el siguiente:
…He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.
Así de la cárcel y sus historias se aprende bastante. Para terminar, recreo unos versos de Segismundo, personaje de la obra La Vida es Sueño de Calderón de La Barca, hijo único del rey Basilio, hecho preso por su padre en una encantada torre, líneas que constituyen el monólogo más célebre del teatro español:
“¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
—dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer—,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?”…
Segismundo no sabía sobre su delito de nacer, pues su padre se había enterado vía horóscopo que su hijo iba a ser un tirano, cosa de la que se enteró Clarín, personaje de la obra que cae en cautiverio por lo mismo, y que desde allí encerrado nos dice lo que muchos de nosotros, bien enterados de tantas cosas, podríamos interiorizar:
En una encantada torre,
por lo que sé, vivo preso
¿Qué me harán por lo que ignoro,
si por lo que sé me han muerto?