Por Oscar López Reyes
La pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret deslumbra como el episodio más decoroso y solemne en la historia de la humanidad, y como prototipo de intolerancia ante una amenaza contra el poder religioso y político de Israel y el Imperio Romano. Nacido en Belén de Judea, en el año 3,760 del calendario hebreo, que vendría a equivaler al año 01 de la Era Cristiana. Si sumamos a 3,760 años, 2023 años (el 2024 no ha terminado) que han pasado de ese fausto acontecimiento, tendremos que en este lado del mundo vivimos el año 2,024, mientras que en Israel discurre actualmente el año 5,783 del calendario hebreo.
Jesús era hijo de un carpintero llamado José y de la desposada de este, María, aunque la tradición religiosa de su pueblo sostiene que era hijo de Dios y que encarnó en el vientre de María por obra y gracia del Espíritu Santo. Debutó en la vida pública para cumplir su misión en el planeta: redimir a toda la humanidad de las garras del pecado y ponerla en el camino de su encuentro con el Creador. Pergueñó durante 33 años.
La gente decía que Jesús era el Mesías, el hijo de Dios, que había venido a la tierra para liberar a su pueblo Israel del dominio de los romanos. Y lo que más temía la élite religiosa gobernante era que se proclamara Rex Ideorum (rey de los judíos) y, a partir de ese momento, sus integrantes se propusieron condenarlo, por lo cual se dieron a la tarea de predisponerlo con el poder imperial romano, llevándole crismes y falacias.
Y abrotoñaron al rojo vivo las confrontaciones entre Jesús y los fariseos, con más acometividad tres acaecimientos:
1.- La resurrección de Lázaro.
2.- La expulsión de los mercaderes del templo, que habían convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones y no en un lugar de oraciones.
3.- Las críticas a los judíos por su falta de honradez y por haberse rodeado de personas con muy mala fama. En pocas palabras, los puso en evidencia como individuos deshonestos y sin principio.
Los topetones entre dos fuerzas antagónicas entonaron sañudos cuando los líderes religiosos judíos lo acusaron ante el poder político romano de haber dicho de sí mismo que era el Mesías y el Rey. Esto rebozó la copa y de inmediato romanos y judíos iniciaron sus trabajos juntos en aras de lograr su propósito común: eliminar físicamente a Jesús, el Cristo, el hijo de Dios.
El gesto revolucionario del Redentor y su crucifixión tuvieron tanta significación que, desde entonces, se cuentan los años como antes y después de Cristo, y en la Semana Santa y en Navidad se le recuerda con oraciones, meditaciones y recogimiento en el silencio, implorando que se emule su legado, para cambiar el universo convulsionado.
Y II
En esta Semana Mayor estamos celebrando la fecha conmemorativa de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret que ilustra, más que cualquier otro fenómeno histórico-social, en torno a como con los tiempos se trasponen y varían las costumbres y leyendas de los pueblos.
En décadas pasadas se tenía la creencia de que si el viernes santo las personas se bañaban en el mar, se volverían peces; si las parejas tenían relaciones íntimas, se quedarían juntas para siempre, y si se encaramaban en los árboles se transformarían en mono.
Para no maltraer el cuerpo de Jesús ni exponerse al castigo divino, se evitaba martillar objetos, barrer, hacer bulla, cortar plantas y robar, para que no se le doblaran las manos; se caminaba con lentitud y se cogía agua en el río sin hablar con nadie y se le llevaba al sacerdote para que fuera bendecida.
Hoy las cosas son diferentes: las playas, ríos y balnearios se saturan en el jolgorio, pocos mencionan a Poncio Pilatos, Barrabás ni de Judas Iscariote; más que habichuelas con dulce en algunos lugares prefieren las parrilladas, y los antiguos credos han sido sepultados.
La Pascua Cristiana invita a retiros espirituales, a meditar, a visitar iglesias, parques y museos; a sembrar arbustos, revivir recetas típicas y a estudiar tanto la historia de Cristo, el comunicador más efectivo del mundo, como de Judas Iscariote, quien para algunos no fue traidor.